La razón y los instintos llevan a Dios

Al contrario de lo que pregonan ciertas corrientes filosóficas, los instintos también influyen en la razón. De esa forma, la adhesión de ellos a lo que fue concebido intelectualmente solidifica los puntos extremos del pensar del hombre y forma con ellos un solo todo.

 

Plinio Corrêa de Oliveira

Estudiando lo que escribe Santo Tomás sobre el instinto, llegamos a la siguiente conclusión: la materia es muy amplia y, para que la estudiemos bien, deberíamos comprender que el instinto, así como otras cosas existentes en el alma humana, constituye un como contrapeso de la razón en el terreno del equilibrio alma-cuerpo.

Hay en el ser humano, como se sabe, un instinto animal, un instinto vegetal y una realidad mineral, la cual el hombre percibe que en él existe y hace un solo todo con él, por donde el hombre se siente solidario, envuelto en las leyes de la Física, como por ejemplo, la ley de la gravedad.

Las diversas formas de instinto

Cualquiera de esos instintos es un movimiento primero por el cual el ser tiene: en el hombre, consciencia, en el animal, noticia, en la planta, algo inferior a eso, pero, en fin, hablando antropomórficamente, una consciencia de su ser. El hombre siente una carencia y una necesidad de llenar esa carencia, una apetencia hacia aquello que llenaría la carencia. Esa sería una noción genérica, muy amplia, de todas las formas de instinto.

Esta noción nos hace comprender que el hombre – incluso antes de, por ejemplo, llegar a Dios a través de la razón –, teniendo los instintos bien equilibrados y bien ejercidos, siente una carencia. Por el instinto de sí mismo, él percibe que le falta cualquier cosa de absoluto que solo puede ser Dios. Y eso lo mueve, lo lanza hacia el Creador, en que la parte racional está presente, pero de un modo muy rudimentario, casi se diría intuitivo, de tal manera es una evidencia: el individuo no tiene noción de su propia operación intelectual. Posteriormente, todo el juego del raciocinio va a justificar, dar conciencia, dar entera ciudadanía frente a la razón. Eso está en el hombre, en su primer movimiento en cuanto animal.

¿Y qué viene a ser el instinto de lo divino?

Es aquello por donde el hombre tiene la noción – aunque una noción instintiva, no abstracta – de su limitación y de un absoluto, el cual forzosamente, imperiosamente, es necesario que exista para que él mismo exista.

Los instintos ordenados dan adhesión a la razón

Si hiciésemos el levantamiento de todos esos instintos como son en el hombre – en su animalidad, en su “vegetabilidad”, el conocimiento instintivo de las leyes físicas, minerales –, comprenderíamos perfectamente cuáles son esos mecanismos primeros que se mueven dentro de él y constituyen una como existencia paralela a la existencia de la razón; de tal modo que, si el hombre no tuviese eso, ni siquiera su razón funcionaría.

Y así entendemos el punto de atrito nuestro con el cartesianismo1, y también con cierta escolástica de fondo cartesiano, los cuales imaginan que el instinto no tiene ninguna importancia; si el hombre no tuviese instinto, raciocinaría también e incluso mejor que teniendo instinto. Eso es verdad para el ángel, pero de ningún modo para la inteligencia humana, porque el alma humana, en cuanto espiritual, no es capaz de alcanzar la verdad sin los instintos.

Comprendemos también que el fondo del proceso mental del hombre no es apenas la conversio ad phantasmata2, o sea, después de tener el concepto de mesa, por ejemplo, tomar una mesa y verificar cómo es ella; sino que es el conferir de todo aquello a lo cual se llegó por la vía de la razón, con el buen orden de los instintos, para que la persona tenga una certeza entera.

Esta adhesión del buen orden de los instintos a lo que fue concebido intelectualmente es un elemento fundamental. Y ahí está el último eslabón que suelda los dos puntos extremos del pensar del hombre y forma con ellos un solo todo.

Éxtasis natural

            De ahí surge también otra idea muy fecunda, que es la siguiente: ¿cómo el hombre puede imaginar el conocimiento que Dios tiene de sí mismo?

La idea más alta es puramente intelectiva. Pero también ese conocimiento instintivo que tenemos de nosotros mismos nos da una idea de cómo Dios se conoce a sí mismo, que no es de un modo abstractivo, sino una especie – la expresión está mal – de “experiencia de sí mismo”, sin lo cual no comprendemos el conocimiento divino.

Entonces, apenas sumando las dos cosas, tenemos una idea total del conocimiento divino; e incluso de la forma de felicidad que los bienaventurados poseen en el Cielo, que es la visión de Dios cara a cara, confiriendo a los instintos tal o cual posesión de Dios, completada por la posesión intelectual, que da aquella plenitud por donde hasta se comprende una especie de éxtasis natural, sin hablar del éxtasis sobrenatural.

El hombre tiene el éxtasis natural cuando siente la plena coherencia entre lo que él pensó y lo que sus instintos perciben. Es una especie de bienaventuranza – la estética es uno de los ejemplos – en que el hombre superabunda de alegría. En ese caso se puede aplicar la frase del Salmista: Exultabunt ossa humiliata3. Mis huesos humillados exultan, saltan de alegría, cuando la concepción intelectual que yo tuve confiere enteramente con el equipamiento instintivo.

Equilibrio de los instintos y absoluto

Un ejemplo interesante es el equilibrio instintivo de un hombre que, dirigiendo un carro, atraviesa de forma precisa un puente estrecho. O entonces, una persona que, piloteando un pequeño avión, hace una proeza que deja a las generaciones provectas, más ponderadas, enteramente entusiasmadas.

Cuando sucede una cosa de esas, hay entonces un equilibrio de instintos. ¿De qué modo ese equilibrio de instintos puede ser relacionado con el instinto de lo divino? Cuando el individuo mantiene todos sus instintos con mucho equilibrio, mucha finura, él percibe que nada se basta a sí mismo, y que todo aquel equilibrio es falso si no se coloca en la punta el absoluto.

Estadios de la Revolución tendenciosa

El libro RCR4 presenta, en líneas muy sumarias, un histórico de la Revolución “A” sofística y de la Revolución “B”, pero no el histórico de la Revolución “A” tendenciosa5, la cual, sin embargo, según el propio RCR, es mucho más importante que la Revolución “A” sofística. Podríamos hacer un histórico de la Revolución “A” tendenciosa a partir de los instintos.

En la Edad Media, por obra de la gracia y del magisterio de la Iglesia, hubo un alto afinamiento, una construcción tan noble de los instintos, que el hombre hasta perdió la noción de la autonomía de los instintos con relación a la razón, y comenzó a creer que todo era solamente razón. A tal punto que, por ejemplo, en el Ancien Régime6 y posteriormente, se imaginó que los salvajes, como todo hombre, tenían los instintos bien construidos, todos guiados por la razón.

De ahí surge el cartesianismo, y también aquellas construcciones muy bonitas del Ancien Régime, en las cuales se tiene la impresión de que todo el juego de los instintos fue definitivamente manipulado por la razón, y que el hombre pasó a ser puro espíritu. Pero chassez le naturel et il reviendra au galop – expulsad lo natural y él volverá al galope. Se percibe que quedó alguna cosa artificial, tensionada, en el Ancien Régime; es una parte de instintos, que no fue contemplada para poder caer dentro de la forma bonita que había sido elaborada, constituyó un depósito de descontentamientos que se manifestó después en los excesos del Terror y posteriormente en las explosiones del romanticismo.

Son los instintos, aún intelectuales y afectivos, que se rebelan contra una forma de la cual estaban expulsados. Esa rebelión se amplió después con el hedonismo, propagado a partir del siglo XIX. Por ejemplo, un anuncio de un jugo de naranja, gráficamente reproducida de un modo estupendo.

Yo sentía, cuando era niño, el impacto y la agresión del vaso de jugo de naranja, o sea, quedaba tomado por la apetencia de beberlo, como quien juzgase que no existía el estudio ni la razón, sino apenas la impresión causada por el jugo de naranja en la lengua; y, con los ojos puestos en aquella sustancia bonita, quisiese tomar un tonel de jugo de naranja. Esta sería una concepción orgánica de la vida.

Hubo después manifestaciones de algo del instinto que había sido aún más puesto de lado: el gusto, la ebriedad del desorden, de lo cacofónico, del horror, hasta de la tara, como quien dijese: “Estoy fruyendo, sintiendo, es sabroso”. Es una forma de agresión.

Esos son los varios estadios de la Revolución tendenciosa.

Simbolismo, instinto y razón

Los filósofos del siglo XIX, inclusive muchos escolásticos, se quedaban pensando que el mundo se dirigía por el juego de la razón. Los agentes de la Revolución, muy expertos, percibían la rebelión de los instintos y la favorecían, mientras aquellos individuos escribían libros y hacían tratados.

La rebelión de los instintos iba colocando cada vez más al margen a los hombres que escribían libros; eran los soñadores, considerados como museos viejos, personas obstinadas, bobas, que no captaron lo más dinámico en la realidad de las cosas.

Se preparaba entonces la Revolución tendenciosa, mientras la Revolución sofística iba quedando esclerosada, vieja, sin dientes, caminando hacia la muerte.

Tenemos así, un histórico de la Revolución tendenciosa.

Tratando respecto de ese tema, conviene preguntar: ¿qué es el simbolismo?

Es algo que, en su lenguaje propio, habla al instinto en términos que lo hace comprender lo que la razón dice: y produce exactamente ese encuentro que proporciona el éxtasis natural, entre el dato de la razón y el instinto. Ese encuentro, ese ósculo, es la luz del hombre, y de ahí resulta el valor brillante de los símbolos.

He aquí una serie de datos para hacer, después, un estudio eminentemente filosófico sobre ese tema.

Vista dentro de esta perspectiva la IV Revolución, abstrayendo de lo que ella tiene de satánico, es la legítima defensa del instinto contra una razón que no quiere tomarlo en consideración.

Y la gran objeción del hippismo es esta: “Esa razón me pone más en desorden que mi propio libertinaje; entonces yo suelto las riendas.” Eso está errado, pero yo quiero aquí, para que el ataque a la IV Revolución sea bien hecho, aislar la parcela de verdad existente en esa objeción, para después poder atacar el error.

1) Cartesianismo: Filosofía de Descartes (o Cartesius, en latín) y sus discípulos.

2) La Filosofía tomista utiliza la expresión “conversio ad phantasmata” – vuelta hacia las imágenes – para explicar que, durante el acto de pensar, el entendimiento debe mantener vinculación con las imágenes sensibles, captadas por los sentidos externos.

3) Sal 50, 10.

4) Revolución y Contra-Revolución, obra magna del Dr. Plinio, publicada por primera vez en 1959.

5) Cfr. Dr. Plinio, No. 65, p. 27.

6) Antiguo Régimen. Período de la Historia de Francia que precedió a la Revolución Francesa.

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(Revista Dr. Plinio, No. 166, enero de 2012, p. 26-29, Editora Retornarei Ltda., São Paulo. Extraído de una conferencia del 10/7/1972 – Título del artículo en la Revista: Instintos y IV Revolución).

Last Updated on Thursday, 28 April 2022 22:57