Así como el sol adquiere varios coloridos y matices durante el día, así sucede con la Iglesia Católica a lo largo de los siglos. Las naciones tienen la misión primordial de ayudar a la Iglesia a expandir la verdadera fe, y cada persona que corresponda a la gracia la difunde a su alrededor. Aunque tantos pueblos no hayan llegado a la perfección debida, el fin del mundo no será un fracaso, pues la santidad de los hombres de los últimos tiempos podrá tener tal esplendor, que estos últimos ofrezcan a Dios, en el fin, lo que no fue dado a lo largo de toda la Historia.
Plinio Corrêa de Oliveira
La primera misión de todas las naciones, indiferentemente, es ayudar a la Iglesia a difundir la fe Católica, Apostólica y Romana.
¿La Iglesia tiene o no tiene derecho de, entrando en un país donde se practican costumbres abyectas, recurrir al brazo secular, es decir, al Estado católico, para prohibirlos?
Quien corresponde a la gracia la difunde a su alrededor
En nuestros días, muchas personas dirían que no existe ese derecho, pues si aquel pueblo tiene una costumbre determinada, se mantiene. Pero afirmarían eso solo porque no toca su sensibilidad humanitaria. Por ejemplo, en la India, todavía en este siglo [XX], cuando morían los príncipes, las princesas viudas eran quemadas vivas. Los ingleses prohibieron eso. Ahora bien, no se puede negar que ellos tenían el derecho de prohibirlo.
Entonces, ¿por qué no tendrían el derecho de prohibir tantas otras formas de depravación moral?
A mi modo de ver, la Iglesia puede emprender una Cruzada en un pueblo fiel contra los no convertidos, apenas para impedir que ellos practiquen allí costumbres gravemente contrarias a la Ley de Dios.
La misión de difundir la fe Católica implica otra obligación. Portugal y España, por ejemplo, son naciones descubridoras y tenían el deber de incluir misioneros dentro de sus escuadras. Aunque estas tuviesen un interés comercial, por lo menos cumplieron el deber de mandar religiosos, en el número y para el lugar deseado por la Iglesia, pues el Estado está obligado a servirla en el cumplimiento de su misión.
Cada persona que corresponda a la gracia, la difunde a su alrededor. Y ella convida a otros que están en estado de gracia a permanecer en él y a subir, y crea obstáculos para que lo pierdan.
Así como sucede con un individuo y una familia, se puede dar con una nación. Una nación que practique de modo magnífico la virtud, convida a otras a practicarla. Tomen en consideración ciertas familias de la pequeña burguesía o de la plebe alemana datadas aún de la Edad Media, e incluso de siglos posteriores con una impregnación medieval.
Vestigio de la gracia y del esplendor católicos en iglesias que rompieron con la Santa Iglesia
Hace algún tiempo atrás hojeé un álbum de una pequeña ciudad alemana conservada tal cual como era en el pasado: Regensburg. Son casas con aquellas vigas de madera aparentes, cortinitas de encajes y geranios en la ventana. ¡Es un encanto!
Las personas que ven el álbum son convidadas a ese estado de espíritu, a ese tipo de mentalidad, a ese estado temperamental, pero las doctrinas que están por detrás y por encima de eso las incitan a adherir a aquello; es una cosa natural, buena.
Con ocasión del matrimonio del Príncipe Andrew1, después de las escenas más brillantes y con más aparato, aparece una fiesta en una pequeña aldea inglesa, muy graciosa.
¡La fiesta aldeana es de una inocencia, de un candor! ¡Cómo ellos se regalan con aquellas campanitas que tocan y cantan al mismo tiempo! ¡Es extraordinario, es una invitación al estado de gracia!
Alguien me dirá: “Pero los habitantes de esa aldea son protestantes.”
A veces, cuando vemos una iglesia que otrora fue católica y hoy está entregada al culto protestante, y consideramos la construcción el tiempo en que ella pertenecía a la Santa Iglesia, notamos que ella todavía atrae hacia la Religión Católica. Westminster es eso. Hay varias catedrales en Inglaterra, como en Alemania, así.
Hace cierto tiempo circularon entre nosotros unas fotografías presentando una escena bellísima de la coronación del Zar Nicolás II2, dentro de una iglesia ortodoxa. No levanté el menor obstáculo a que fuesen vistas por quien quisiese, porque es evidente que se trata de una tradición de la época de la Rusia católica. Allí se veía la máscara mortuoria de la Iglesia Católica, como quien ve la de una reina de una belleza indecible.
Aspectos que transmiten varios matices de la Iglesia
Así como los países, también la Iglesia tiene sus épocas. Por ejemplo, en ciertos momentos de la liturgia melquita hay unos aspectos que nos transportan para los tiempos de San Juan Crisóstomo, por donde más o menos percibimos cómo era la Iglesia en aquel período. Sin duda, era la misma de hoy, pero irradiaba cierto tipo de santidad, de perfección moral, de amor a Dios que no murió en ella, sino que tomó otros aspectos, así como el sol adquiere varios coloridos y matices a lo largo del día.
Una cosa muy bonita en todos los ritos orientales de la Iglesia Católica, que creo que existen también en las iglesias ortodoxas, son las diferentes imágenes de santos orando con los brazos abiertos.
En el rito latino se reza, generalmente, con las manos unidas, lo cual tiene un simbolismo muy bonito, pues representa la entrega de las dos manos para que sean sostenidas por Dios, cuando se dirige a Él para expresar amor, agradecimiento, reparación, súplica, a la manera del vasallo que presta su acto de vasallaje.
No obstante, es muy bonito también el gesto de encanto de quien paró y abrió los brazos, permaneciendo en una posición estática. Esa postura expresa muy bien el encanto de quien admira a Dios. Corresponde a una forma de ser de la índole oriental más contemplativa, mientras la nuestra es más activa, lo cual no es una ventaja, pues la contemplación vale más que la acción.
Me agrada comparar entre sí los diferentes ritos de la Iglesia Católica: melquita, maronita, copta, armenio…
Es interesante ir a la iglesia de los armenios católicos, en la Avenida Tiradentes3, y analizar un ladrillo que reviste la pared del lado de afuera, que representa a San Gregorio Taumaturgo, visto por el genio de un armenio. San Gregorio está flotando sobre las nubes, revestido de una túnica larga que llega hasta los pies, apoyando en un báculo con una de las manos y con otra apuntando a un barrio industrial moderno, con chimeneas. La intención fue representar al santo protegiendo, en la ciudad de São Paulo, a los armenios que mandaron a construir aquella iglesia. ¡Es un gesto de rey en plena fábula, una belleza!
Otro pintaría al mismo santo en una actitud sin pretensión, humilde, rezando y haciendo un milagro. Son modos de ser del espíritu católico, dependiendo de cada época en que Dios quiere ser glorificado.
Cuando todas las glorificaciones estuvieren completas, todo aquello por lo cual el género humano podría y debería glorificar a Dios haya sido hecho, cada pueblo haya cantado su himno de alabanza, con un alcance regional o universal, de acuerdo con su vocación, creo que la Historia se podrá cerrar.
Por otro lado, cuando el Infierno haya vomitado contra el Cielo sus últimas blasfemias, y estas sean aceptadas en la Tierra, también se podrá cerrar la Historia.
Un puñado de gente que pasará por lo inenarrable
Leyendo en el Apocalipsis lo que dice respecto al fin del mundo, a Elías, a Enoc, al Anticristo, etc., me da la impresión de que la impiedad va a reinar en el mundo entero, y solo un puñado permanecerá verdaderamente fiel. Será el pináculo de la impiedad, cuando las peores barbaridades, las mayores infamias serán cometidas contra Dios, pero un puñado va a amarlo como nunca nadie lo amó antes, dándole una gloria como jamás alguien lo glorificó.
Entonces, en esa situación lindísima, Nuestro Señor con un soplo de su boca hace desaparecer al anticristo, quema el mundo entero en un castigo universal, pero esos pocos no mueren. Y cuando sobre el mundo no haya nada más vivo, en medio de aquellos escombros una franja de luz se levanta hasta el cielo: son los justos que, reunidos, cantan las glorias de Nuestra Señora, después de haber pasado por lo inenarrable.
Un gran número de teólogos admite que esos no van a morir, debido a lo mucho que sufrieron antes, haciéndose merecedores de ser librados de la muerte. Y cuando Nuestro Señor baje en pompa y majestad de lo alto de los Cielos y se haga ver por todo el universo, esos hombres vivos irán a su encuentro, otros en posición de expectación, como los orientales, y, probablemente, otros con el rosario en la mano.
Ellos miran en torno de sí, las sepulturas se están abriendo. Una voz magnífica llama a la resurrección a todos los muertos. Los intérpretes discuten si será la voz de un ángel o del propio Nuestro Señor.
Yo sería propenso a admitir que fuese el propio Nuestro Señor. Su voz suprema, del Hombre Dios, la Víctima que expió y salvó a todos, clamará: “¡Resucitad, oh hombres!”
Entonces, en un instante, los huesos, las carnes, todo se recompone. Algunos resucitan en la alegría, porque sus almas estaban en el Cielo. Otros, por el contrario, en el terror y en la tristeza, pues fueron condenados; aparecen quemándose y andando en el desespero, o tirados en el piso en la pesadumbre completa.
Comienza el Juicio, después del cual cada cuerpo acompañará la respectiva alma en su destino eterno.
La perfección del género humano ya fue realizada en dos criaturas
Por fin, se impone el interrogante: si tantos pueblos no llegaron a la perfección debida, ¿el fin del mundo no será un fracaso? Porque la humanidad, considerada en su conjunto, no habrá dado a Dios aquel aspecto de esplendor y perfección deseado por Él al crear a los hombres.
La respuesta es muy simple: la santidad de los hombres de los últimos tiempos – que pueden ser de algunas naciones más amadas y elegidas, o de una familia de almas considerada por encima de las naciones – podrá tener tal esplendor, que estos ofrezcan a Dios, en el fin, lo que no fue dado a lo largo de toda la Historia.
Pero, sobre todo, toda la perfección a la cual el género humano pueda llegar ya fue realizada en dos criaturas. Una es Nuestra Señora, superior a todo lo que podamos pensar. Más allá y por encima de Ella, la Humanidad santísima de Nuestro Señor Jesucristo. Aquí, que toda lengua se calle, porque la palabra humana no es capaz de exaltarlo con dignidad. ¡En todos los aspectos, en cuanto Hombre Dios, Él trasciende completamente nuestros elogios, nuestra capacidad de admirar!
1) Andrew Alberto Christian Edward, Duque de York, hijo de la Reina Elizabeth II. El 23 de julio de 1986 se casó con Sarah Ferguson, en la Abadía de Westminster.
2) Nicolás II (*1868 - †1918), coronado Emperador de Rusia en 1896.
3) En São Paulo, en el barrio de la Luz.
(Revista Dr. Plinio, No. 287, febrero de 2022, pp. 14-17, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de una conferencia del 5/9/1986 – Título del artículo en la Revista: Matices de la Iglesia).
Last Updated on Thursday, 03 March 2022 22:43