Sábado, el día dedicado a Nuestra Señora

 

Plinio Corrêa de Oliveira

Ustedes saben que, de acuerdo con los hábitos de la piedad católica, el viernes es consagrado a la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Ese hecho es muy explicable, porque Él murió un viernes.

El domingo fue consagrado a la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. También, el hecho es muy explicable, pues Él resucitó un domingo.

Entre el viernes y el domingo hay un día, que es sábado. Ese día lleva consigo una connotación más bien triste que alegre, porque el sábado era el día consagrado al Señor en la antigua Sinagoga, era el día de Dios, el día en que la Creación había sido ultimada.

Y el sábado dejó de ser un día santo a partir del momento en que la Sinagoga se extinguió.

¿Qué hacer con el sábado? ¿Cómo llenar, en la piedad católica, ese día colocado entre dos fechas tan altas? Todos sabemos que el sábado está consagrado a Nuestra Señora.

¿Por qué razón el sábado está consagrado a Nuestra Señora? ¿Por qué razón, por ejemplo, se deben hacer las comuniones del Primer sábado de mes? ¿Qué nexo hay entre esa costumbre católica de consagrar el sábado a Nuestra Señora y un orden más profundo de razones y de motivos que nos hacen descubrir esto? Es lo que voy a leer ahora.

“Son varias las explicaciones de esa costumbre de consagrar el sábado a María Santísima. Sin embargo, la más difundida en la Cristiandad, la que más movía a las almas en este culto especial a la Virgen Santísima, era resultado de la relevancia que tenía en la espiritualidad medieval antes de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Es la siguiente: los Evangelios cuentan que después de la muerte de Nuestro Señor Jesucristo, los Apóstoles, los discípulos y las Santas Mujeres no creían en la Resurrección, a pesar de que Nuestro Señor la había anunciado varias veces.

Así siendo, desde la hora en que Nuestro Señor murió en la cruz el Viernes Santo hasta el Domingo de Resurrección, solo Nuestra Señora creía en la divinidad de Nuestro Señor, y por lo tanto, solo Ella tenía una fe perfecta, pues, como dice San Pablo: ‘Sin la Resurrección, nuestra fe sería vana’.

El sábado, por lo tanto, solo Nuestra Señora en toda la Tierra personificó a la Iglesia Católica, y por esa razón, en ese día los medievales la honraban especialmente.”

La explicación no podría ser más bonita. Ustedes saben que el hecho es real. Sería exagerado decir que las Santas Mujeres y el Apóstol San Juan Evangelista perdieron la fe durante esos días.

Pero ellos no tenían fe en la Resurrección. A pesar de que Nuestro Señor varias veces había hablado sobre la Resurrección, ellos no sabían, no habían atinado a ese respecto. La Resurrección es un hecho tan violento, es un hecho tan contrario al orden natural de las cosas, que el espíritu humano es propenso a no imaginarlo.

Y aunque Nuestro Señor haya resucitado a Lázaro y ellos hayan, por lo tanto, visto esa resurrección, por la dureza de alma que los caracterizaba, no se daban cuenta de que Aquel que había resucitado a Lázaro se resucitaría a sí mismo. No se daban cuenta de que Nuestro Señor iba a aceptar el desafío que los blasfemos le lanzaban al pie de la cruz, cuando le decían: “Si tú eres el Hijo de Dios, baja de la cruz y cúrate a ti mismo”.

Él hizo mucho más que bajar de la cruz y curarse a sí mismo: Él se dejó morir y después se resucitó a sí mismo. Eso es más extraordinario; es más extraordinario resucitarse a sí mismo que resucitar a Lázaro. Porque, que un vivo resucite a un muerto es extraordinario, es inconcebible, es imposible en el orden de la naturaleza, pero, en fin, es un vivo que resucitó a un muerto. Pero, que un muerto se resucite a sí mismo, que Él, por su propia fuerza salga de los abismos de la muerte y diga a su cuerpo: “Levántate, entra en tu cuerpo y hazte nuevamente uno solo con él”, es una especie de victoria dentro de la victoria y una especie de esplendor dentro del esplendor inconcebible para el género humano.

Entonces, se comprende que incluso esa entourage más próxima a Nuestra Señora que la cercaba al pie de la cruz: San Juan Evangelista, las Santas Mujeres, además Nicodemo, uno que otro que se aproximó en esa hora de amargura, como se sabe, acompañaron a Nuestra Señora hasta la casa donde Ella vivía. Y Ella se quedó allí con ellos, con un dolor extremo.

Ella sabía que Él resucitaría. Los otros no sabían. Y aunque tuviesen un misterioso instinto de que la Historia de Nuestro Señor no estaba acabada y de que la última palabra no había sido dicha, su presencia junto a Nuestra Señora mostraba muy bien eso: ellos tenían la idea de que algo iba a continuar, porque de lo contrario se dispersarían completamente.

Aunque ellos tuviesen ese misterioso instinto de que algo iba a continuar, sin embargo, no habían atinado con la idea de la resurrección. La narración del Evangelio de la actitud de Santa María Magdalena es clara: ella no esperaba que Él hubiese resucitado.

Bien, durante ese período, solo Nuestra Señora creyó en la Resurrección. Por lo tanto, solo Ella tuvo una fe completa. Sobre toda la faz de la Tierra, era la única criatura que tenía una fe completa, por lo tanto, una fe completísima, una fe sin sombra de duda, una certeza absoluta, una expectativa inmensamente dolorida por causa del pecado que había sido cometido, pero inmensamente calma, con la certeza de la victoria que se aproximaba.

De manera que cada minuto que pasaba, de algún modo era la espada de las saudades y del dolor que penetraba aún más en su Corazón Inmaculado. Pero, por otro lado, era la certeza de una gran alegría por la victoria que se aproximaba. Y dentro de esta concepción era, evidentemente, para Ella, una razón de consolación, una razón de alegría.

Como Ella sola en esta ocasión representó la fe, podemos decir que, si Ella no hubiese también creído, el mundo se habría acabado. Porque el mundo no puede existir sin fe. A partir del momento en que no existiese más fe en el mundo, la Providencia acababa con el mundo.

Y es porque existía la fe admirable de Nuestra Señora, que solo Ella sustentó el mundo y solo Ella dio continuidad a las promesas evangélicas. Porque todas las promesas hechas en el Evangelio, todas las promesas hechas en el Antiguo Testamento de que el Mesías reinaría sobre toda la Tierra y de que Él sería el Rey de la gloria y el centro de la Historia, todas esas promesas no se habrían cumplido si en determinado momento la fe se hubiese apagado, si en determinado momento el mundo tuviese que acabar.

Todo eso vivió en Nuestra Señora, Ella fue el Arca de la Esperanza de los siglos futuros, Ella tuvo en sí como en una semilla toda la grandeza que la Iglesia habría de desarrollar a lo largo de los siglos, todas las virtudes que habría de sembrar, todas las promesas del Antiguo Testamento y todas las realizaciones del Nuevo Testamento, todo eso vivió dentro de una sola alma: vivió dentro del alma de Nuestra Señora.

De tal forma que podemos decir que este lance de la vida de Nuestra Señora es un lance particularmente bonito, es un lance de los más bonitos de su vida. Es un lance tan bonito, que se puede levantar la pregunta: ¿No es más bonito que el período en que Ella estuvo engendrando a Nuestro Señor Jesucristo dentro de su vientre sagrado, que era un verdadero tabernáculo?

Uno se podría preguntar en cuál de las dos ocasiones fue más sublime la vida de Nuestra Señora: cuando engendraba al Mesías y Ella sola tenía en sí la Salvación del mundo entero, o cuando tenía en sí a la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, y por lo tanto el Cuerpo Místico de Cristo, y solo Ella lo contenía, todos eran miembros imperfectos, miembros semi-infieles, miembros defectivos de ese todo que solo Ella contenía en la integridad.

Creo que sería temerario decidir la cuestión. Alguien dirá: “Pero, yo no comprendo que usted ponga la cuestión, porque es más bello tener dentro de sí a Nuestro Señor, que tener dentro de sí a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Porque Nuestro Señor es la Cabeza de la Iglesia y nada es más noble que tener dentro de sí la Presencia Real de Nuestro Señor.

Pero, yo me acuerdo de una frase de Rostand que encaja muy bien con la exposición que estamos haciendo. Es la frase de Rostand, del Chanteclair, en que él declara lo siguiente: “Es de noche cuando es bello creer en la luz”.

La sonrisa que ustedes murmuraron, deja bien comprender que comprendieron el fulgor del espíritu francés que hay ahí. Creer en la luz al medio día, ¿qué gran mérito tiene? Hay que estar enfermo para no ver el sol al medio día, pero creer en la luz en la medianoche, creer en la luz a las dos o tres de la mañana, cuando hasta la propia medianoche ya se alejó y cuando da la impresión de que el curso de las cosas nos hundió en las tinieblas definitivamente, ahí es bello creer en la luz, ¿no es verdad?

Ahora bien, Nuestra Señora creyó en la luz en esa terrible medianoche, en ese terrible desamparo tuvo una fe plena. Imagínenla viendo a Nuestro Señor morir: cada llaga, cada herida era una razón humana para hacer más indiscutible que Él moriría. Él murió, como dijo Bossuet, “rompue, brisé, anéanti”: roto, quebrado y aniquilado.

Cuando Ella tenía ese cadáver en sus manos, en el momento de la Pietà, en el momento en que Ella lo recogió para que fuese objeto de los cuidados, de los aromas, etc., para ser llevado a la sepultura, cuando Ella tenía esa inmensa derrota física en sus manos, allí veía toda la imposibilidad natural de la Resurrección, y allí hacía un acto tranquilísimo de fe y decía: “Todas esas llagas no tienen importancia, toda esta muerte destrozadora no tiene importancia, Él resucitará. Yo creo, porque Él lo prometió”.

Y con toda seguridad, en esa noche horrible, Ella dijo: “Yo creo” y no tuvo ninguna duda. Nosotros podemos decir que, si es difícil resolver cuál de los momentos fue más bonito en la vida de Ella, en todo caso se puede decir que este fue uno de los momentos más bellos de su vida.

Ahí entonces se comprende con qué tacto la Iglesia escogió el día para festejar a Nuestra Señora. Es el día que recuerda exactamente la hora trágica de la duda y del abandono de todos. El viernes Él murió, el sábado estaba en la sepultura, lleno de perfumes y de aromas, sin respiración, amarrado a la moda hebraica, con una piedra en la frente, la piedra sellada y los soldados.

Estaba todo acabado, excepto en el alma de Ella, donde una antorcha de fe y de convicción ardía, con la certeza de que Él resucitaría.

Ese es el Sábado Santo. ¿No es verdad que ese día debería ser consagrado a Nuestra Señora? ¿Entonces, no es muy justo que todos los sábados hasta el fin del mundo, Nuestra Señora sea especialmente considerada bienaventurada por todas las generaciones?

Aquí ya no es porque Ella engendró al Hijo de Dios, sino porque Ella creyó en el Hijo de Dios. Es una verdadera maravilla. Nosotros tenemos ahí también una razón especial para tener una devoción especial a Nuestra Señora en ese día y todos los sábados dar culto especialmente a Nuestra Señora, no por rutina, por un hábito cuyo origen no conocemos, sino viendo la razón excelsa, extraordinaria que dio origen a ese hábito y volviéndonos hacia Nuestra Señora para pedirle que tenga pena de nosotros y nos auxilie, en ese día:

“Oh Corazón Inmaculado, Sapiencial y fidelísimo de María, haced mi corazón semejante al vuestro. Dadme la gracia de ser inmaculado, especialmente en la pureza, dadme la gracia de ser integralmente sapiencial y, por esa razón, con una fidelidad a prueba de todas las cosas en sentido contrario, de tal manera que, si el mundo pareciese deshacerse y las estrellas se cayesen del cielo, y las columnas de la Tierra se rajasen, aun así, nosotros diríamos con calma y con paciencia, con dinamismo y con actividad apostólica y con coraje: el Corazón Inmaculado de Ella triunfará.”

Esta es la oración que todos los sábados, especialmente, debemos hacer a Nuestra Señora. Una vez que en nosotros o de nosotros no brota ninguna virtud, toda virtud viene de Ella, que es el canal necesario – por voluntad de Dios necesario – por el cual vienen todas las gracias de Dios, entonces debemos volvernos hacia Ella y pedir que nos dé esa gracia.

Ahí está la meditación con respecto a la devoción a Nuestra Señora los sábados.

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Last Updated on Thursday, 13 January 2022 19:22