El reinado de Nuestro Señor Jesucristo se ejerce sobre las almas. Cada individuo, nación, Orden Religiosa, forma como una provincia, un cielo. La armonía de esas almas individuales y de esos grupos humanos constituye, en su todo, la belleza divina del Reino del Divino Salvador.
Plinio Corrêa de Oliveira
La primera vez que fui a Europa, el avión que me condujo se llamaba Ciel de Lorraine. Noté después que había una serie de aviones con títulos así: Cielo de esto, Cielo de aquello…
Teoría de la diversidad de los cielos culturales
En torno a eso se encuentra la idea de que el cielo de Lorena no es el mismo de la Île-de-France y este no es el cielo de Auvergne. Por lo tanto, a cada provincia, con sus características regionales y su forma de cultura, corresponde un cielo, que ya no es atmosférico, sino otra especie que tampoco es lo sobrenatural. Se trata de un cielo de cultura. Aunque a partir de la tierra veamos el mismo azul en Lorraine o en Champagne, hay algo que los diferencia entre sí, como también de la dulzura del cielo de la Île-de-France, por ejemplo.
Entonces, aunque se sepa que las nubes y el cielo, realmente con algunas variantes, pero al fin de cuentas son los mismos por toda parte, tiene sentido hablar de un cielo de Lorena, un cielo de Auvergne, etc., y esta teoría de la variedad de los cielos incluye una especie de teoría de la diversidad de los cielos culturales, y de una proyección hacia el cielo físico de valores culturales de la Tierra y de una impregnación de estos elementos venidos del cielo astronómico-celeste, conforme se presenta en un lugar, constituyendo un solo todo que forma cada provincia, a bien decir, un cielo. La luz de la luna en Ceará, por ejemplo, compone un cielo, por lo menos nocturno, enteramente especial.
Cada provincia es una especie de valor de alma que tiene un significado propio, cuya posesión es un elemento capital para la integridad del reino. Este, perdiendo una provincia, más que quedar privado de unos tantos territorios, pierde algo que es un valor moral, cultural, el cual, desmembrado del reino, hace con que este pierda su integridad y quede como, por ejemplo, una imagen sagrada de la cual se cortase una parte. Es decir, algo irremediablemente mutilado, mientras esa unidad no se reintegre.
Por esa causa, por ejemplo, los franceses, con mucho sentido para las cosas, hicieron lo siguiente: cuando Alsacia y mitad de Lorena y fueron tomadas en la Guerra de 1870, ellos envolvieron con crepé de luto las estatuas que representaban en París a esas provincias, significando que el crepé sería retirado cuando aquellas provincias fuesen reconquistadas.
Era un luto de Francia y de la provincia. Un luto de alma por causa de esa unidad ideal que es la sustancia de la verdadera unidad del reino.
Cada individuo es como una provincia del Reino de Nuestro Señor
¿Con qué propósito vienen esas consideraciones en la fiesta del Reinado de Cristo?
Me da la impresión de que quien no detuvo su atención sobre esa realidad de la cual acabo de hablar, no posee toda la facilidad deseable para comprender bien qué es el Reino de Nuestro Señor Jesucristo.
Es un Reino sobre personas y no sobre territorios. Un Reino sobre almas en que cada individuo, grupo humano, nación, orden religiosa, familia, constituye como una provincia, un cielo. Es la armonía de todos esos grupos humanos, todas esas familias de alma, todas esas almas individuales, que constituye en su todo la belleza divina del Reino de Nuestro Señor Jesucristo. Y el Redentor, como Rey, defiende cada alma contra el ataque del adversario con un amor, un conocimiento del valor de aquella alma y de lo que ella significa para la unidad de su Reino, mucho mayor que el Rey de Francia defendería Auvergne, Lorena o cualquier otra cosa.
Cada uno de nosotros es la Lorena, la Alsacia, la Île-de-France de Nuestro Señor Jesucristo. Él sabe que, así como existe el cielo de una provincia, existe el cielo de un individuo que corresponde a su luz primordial objetiva y subjetiva1. Eso en su todo es una especie de firmamento de belleza espiritual propio a cada uno de nosotros, que el Divino Salvador ama con un empeño con que un verdadero francés debe, por ejemplo, amar Lorena o el cielo de Lorena.
Es decir, este es el valor de carácter moral y espiritual que se debe amar. Esto nos lleva, entonces, a considerar lo siguiente: las provincias o los municipios del Reino de Cristo Rey son los hombres. Cada vez que Nuestro Señor pierde o disminuye el ejercicio efectivo de su realeza sobre un alma, se da en Él, en su vida terrena, una tristeza parecida con la del Rey que pierde su provincia: una especie de orden de belleza ideal se pierde. Pero cada vez que se vuelve a Él, el Divino Salvador tiene todas las alegrías de esa reconducción. Esto es lo que se juega continuamente en la fiesta de Cristo Rey.
El cielo para el cual Nuestro Señor nos llamó…
Existen cielos para las varias familias de alma. ¿Cuál será el que corresponde a la nuestra? En la armonía de valores espirituales, ¿qué es el Reino de Cristo Rey? ¿Qué representa nuestra familia espiritual? ¿Qué valores morales, qué vocación, qué apelo a la virtud, al heroísmo, a la dedicación incondicional, para enfrentar todas las formas de riesgo, de trabajo, de esfuerzo, de humillación? ¡En fin, todo cuanto está contenido en este valor especial que Nuestro Señor Jesucristo creó para esta época, y para el cual Él nos llamó!
Entonces, debemos tener, en la fiesta de Cristo Rey, la siguiente preocupación: ¿el designio del Redentor a nuestro respecto se está realizando y, por lo tanto, su Reino efectivo en nosotros, como tiene el derecho de ser? ¿Nosotros somos aquello que Él querría que fuésemos?
Es preciso decir que, aunque no se pueda responder pura y simplemente sí, sobre todo, gracias a Dios, no se puede responder pura y simplemente no. Debemos, al formular esta pregunta, tener la alegría de decir que el fundo de cuadro es una afirmación. Y gracias a Dios somos para Nuestro Señor Jesucristo, en esta época en que Él es tan perseguido y tan flagelado, una gran consolación.
Pero, por otro lado, eso nos debe dar el deseo de ser y dar aún más, para que se integre sobre nosotros el ejercicio efectivo de su poder. De manera tal que tengamos toda aquella belleza de alma que sería propiamente nuestro cielo en ese conjunto de hermosuras que debería ser, en los días de hoy – y de hecho es –, la Santa Iglesia Católica. Porque esta, por más desfigurada y profanada que esté, es un jardín donde continuamente desabrochan flores para Nuestro Señor. Y nosotros, tal vez solo en el día del Juicio Final, podremos saber cuántos santos florecen en el desconocimiento, en la ignorancia, en el abandono, aislados y odiados aquí, allá y más allá, dando a Dios una gloria completa y magnífica.
…y cuya estrella central es el Inmaculado Corazón de María
Así es que cada uno de nosotros debe ver la actual situación y, cuando vaya a comulgar, preguntar con qué disposición el Redentor me recibe. ¿Qué gracias, qué generosidad Él está dispuesto a concederme?
Esas cosas en la vida son una especie de regla de tres. Nuestro Señor nos recibe a cada uno en la Eucaristía con una alegría, cierta medida de tristeza y mucha esperanza. Esto en el conjunto constituye la realeza incompleta de Cristo sobre cada uno de nosotros que, marchando hacia ser completa, es una razón continua de alegría para Él.
Así, pidamos al Redentor, por medio del Inmaculado Corazón de María, que nos dé la comprensión de todos esos cielos de la Iglesia Católica, del Reinado de Nuestro Señor Jesucristo, de que nosotros somos individualmente y como familia de almas una especie de cielo dentro de ese conjunto de cielos. Un cielo preciosísimo porque su estrella central es el Inmaculado Corazón de María. No podría haber Estrella más preciosa.
Que comprendamos las gracias recibidas, cuánto motivo tenemos para esperar perdón, misericordia, y roguemos muchos favores con gran empeño y desembarazo, con una respetuosa desenvoltura. A eso nos conducen esas altísimas consideraciones.
1) Luz primordial es el aspecto de Dios que cada alma debe reflejar y contemplar, en función del cual debe ordenar toda su existencia, su vocación personal. La luz primordial objetiva está en el Creador y la subjetiva se encuentra en el alma de la persona.
(Revista Dr. Plinio, No. 284, noviembre de 2021, pp. 12-15, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de una conferencia del 21/10/1964 – Título del artículo en la Revista: La belleza divina del Reino de Cristo).
Last Updated on Monday, 29 November 2021 19:30