Remedios de ayer, de hoy y de siempre
Plinio Corrêa de Oliveira
En nuestros días se formaron, entre los enemigos declarados de la Iglesia y los fieles católicos, partidos intermediarios que pretenden conciliar el espíritu del mundo con el de los Evangelios.
Entre las señales características de esos semicatólicos podemos destacar principalmente la pretensión de conciliar todo. De ese falso espíritu de conciliación nace la disminución y confusión de las verdades sobrenaturales, el laxismo, la indiferencia religiosa, la distorsión de nuestra fe como, por ejemplo, la visión unilateral de las verdades reveladas: se realzan las suaves y consoladoras, se ocultan las austeras. Es el imperio de la prudencia de la carne.
Para el verdadero católico, la paz no consiste en cruzar los brazos delante de los errores procedentes del espíritu del mundo. “Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en Mí. En el mundo tendréis tribulación. ¡Pero, ¡tened confianza! Yo he vencido al mundo”. (Jn 16, 33). Es en este sentido que el Divino Maestro nos asegura que no vino a traernos la paz, sino la espada.
La paz, dice San Agustín, es la “tranquilidad en el orden”. Ahora bien, es la fe la que nos hace conocer las relaciones cuya armonía constituye ese orden deseado por Dios en el mundo.
En primer lugar, será necesaria la aceptación práctica del dominio soberano del Creador sobre todas las obras de sus manos; por lo tanto, sobre los pueblos y las naciones. En segundo lugar, la afirmación de la supremacía del espíritu sobre los sentidos, esto es, sin desconocer lo que hay de animal en nuestra naturaleza, debemos recordar que nuestra alma con sus potencias nos distingue de los seres irracionales y nos coloca en la dignidad de hijos de Dios. Por fin, el amor sincero y práctico a nuestros semejantes. Sin esa triple armonía, ninguna “tranquilidad del orden” es posible.
En resumen, la paz para el cristiano se reduce al Reino de Dios que está dentro de nosotros (cf. Lc 17, 21). Y así como él – afirma San Luis María Grignion de Montfort –, también el Reino de la Santísima Virgen se encuentra principalmente en el interior del hombre, esto es, en su alma, donde la Reina de los Corazones es más glorificada con su Divino Hijo que en todas las criaturas visibles.
En Fátima, para alcanzar la paz para el mundo, la Celestial Medianera de todas las gracias no propuso a los hombres un programa de asistencia material o de reajuste de fronteras, sino que nos vino a exhortar a mudar de vida y no afligir más con el pecado a su Divino Hijo. Para obtener la tranquilidad que tanto anhelamos en este mundo conturbado por miserias y sufrimientos, la Madre de Dios nos invita a rezar el Santo Rosario y a hacer penitencia por nuestros pecados.
Sin embargo, ¿no fueron esos remedios que, en plena Edad Media, la Santísima Virgen confió al celo de Santo Domingo contra los errores y devastaciones de los herejes albigenses, los mismos recomendados a la humanidad por medio de tres niños, los cuales, en 1917, usaban cilicios como si aún viviesen en el tiempo de San Jerónimo o San Francisco de Asís? ¿No estamos en el siglo de la energía atómica? ¿María Santísima no ve, entonces, que los tiempos modernos no comportan esas cosas viejas?
Ciertamente, la Reina de los Cielos no se deja llevar por las opiniones de los sabios y orgullosos de esta Tierra. Ella no ignora que su Divino Hijo es el mismo ayer, hoy y por siempre, y que el problema del mal y de las miserias humanas se prende a aquella misma serpiente antigua, el padre de la mentira que robó la paz y la felicidad terrena de nuestros primeros padres.
Hoy, como ayer, para la conquista de la paz y de la concordia entre los hombres es necesario que trabajemos, para que Cristo reine en los corazones.
A fin de obtener ese don, volvámonos hacia nuestra Madre y Abogada. No impidamos, a través de nuestros actos y malicia, que se realicen las comunicaciones sobrenaturales entre el Cielo y la Tierra, sino, por el contrario, tengamos abiertos los corazones a las mociones de la gracia y no ahorremos esfuerzos, sacrificios y oraciones para que, mediante la Reina de los Corazones, Cristo vuelva a imperar en nuestras almas, en nuestras familias, en todas las naciones.
(Cf. O Legionário, No. 684, 16/9/1945 – São Paulo).
Last Updated on Thursday, 21 October 2021 20:55