Fátima, por fin mi Inmaculado Corazón Triunfará
Las apariciones de Fátima difunden una luz sobrenatural que arrebató a los pastorcitos en forma irrresistible, e ilumina el corazón de los peregrinos que acuden a este lugar sagrado en busca de consuelo.
Introducción
Movidos por el anuncio de la visita del Santo Padre Benedicto XVI a Portugal, en mayo de este año, decidimos publicar un breve compendio de las apariciones y del mensaje de la Santísima Virgen de Fátima a los tres pastorcitos. Leyendo las “Memorias de la Hermana Lucía” y el texto del mensaje de Nuestra Señora de Fátima, la figura del Papa ocupa un lugar de relevancia, en cuanto se acentúan diversos aspectos: la devoción y el amor muy personal, sobre todo por parte de la pequeña Jacinta; y también de Francisco y Lucía al Santo Padre en su condición de conductor de la Iglesia. Es sorprendente cómo la beata Jacinta Marto, la menor de los tres videntes de Fátima, a su corta edad ya tiene una experiencia interior que nos revela una devoción fuerte, cuyo significado se reviste de gran alcance dentro del contexto de la tradición católica. Incluso, sin conocer los detalles de la teología acerca de la Iglesia y del lugar que en ella ocupa la persona del Papa, su función y magisterio, Jacinta interiorizó sus elementos fundamentales.Ante el anuncio del viaje de Benedicto XVI a Fátima, quisimos dar a conocer el mensaje de Nuestra Señora de Fátima, la importancia de atender a los pedidos de la Madre de Dios como son el rezo del Santo Rosario, la docilidad a los mandamientos de Jesús, la oración por la conversión de los pecadores, el amor al Papa y la consagración del mundo a su Inmaculado Corazón. De esta manera contribuiremos a reafirmar nuestra fe y nuestra comunión en las intenciones, alegrías y preocupaciones del Santo Padre.
Mensaje más actual que nunca
No son raras las intervenciones espectaculares de Dios en la historia del mundo. Basta recordar milagros retumbantes como la travesía del Mar Rojo y el maná ofrecido a los hebreos en el desierto. El ejemplo supremo lo encontramos en la Encarnación del propio Verbo Divino, hecho de tal magnitud que la historia de los hombres gira a su alrededor.Las apariciones de la Virgen en Fátima, merecen un lugar destacado en esta galería de sucesos prodigiosos. Podemos decir sin miedo a exagerar, que constituye uno de los más destacados acontecimientos del siglo XX. El mensaje transmitido por María toca de lleno los principales problemas de los últimos cien años, tales como las dos guerras mundiales, el avance del ateísmo, los diversos conflictos religiosos y la avasalladora crisis moral en curso; señala sus causas básicas y aporta los remedios. Si a esto añadimos el hecho de que fue la propia Virgen quien sirvió de embajadora del Cielo, sería imposible no atribuirle una suma importancia. Aún más, desde 1917, las palabras proféticas de la Madre de Dios adquieren cada día mayor actualidad. Por ello, su llamado es más valioso hoy, que hace 93 años.
La importancia del mensaje de Fátima

La esencia del Mensaje de Fátima, está constituida por las maternales palabras de esperanza de la Madre de Dios y el medio que Ella pone a nuestro alcance para solucionar la crisis contemporánea: “Recen el Rosario todos los días, para alcanzar la paz”.El Mensaje es tan simple que casi nos sentimos tentados a exclamar: “¿Sólo eso? ¿La Virgen apareció, hizo prodigios extraordinarios únicamente para pedir que recemos?”. Sí, esa es la gran profecía. Porque si volvemos a tomar en nuestras manos las cuentas del Rosario y por las gracias recibidas de Dios se transforman los corazones a tal punto que en ellos viva Jesús, la guerra se alejará del mundo, la humanidad abandonará el pecado, la paz reinará en la tierra, en las familias y en las conciencias y se harán realidad las palabras proféticas de la Virgen: “Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará”.
Todas las demás profecías de la Virgen en Fátima no son sino señales de la Providencia, de que Nuestra Señora hará cumplir la esperanzadora previsión de su triunfo maternal sobre los corazones endurecidos por el pecado.¿Qué milagros de la gracia obtendrá la Madre de Dios de su Divino Hijo para cambiar el rumbo de los acontecimientos y abrir los corazones de los hombres al mensaje del Evangelio?
Por fin mi Inmaculado Corazón Triunfará
Fallecida la Hermana Lucía y revelado el Tercer Secreto, permanece aún un velo de misterio en torno a su interpretación.A pesar de sus enigmas, Fátima continúa como punto de referencia hacia el cual se dirigen todas las miradas, cuando la magnitud de los acontecimientos hace tambalear la seguridad y estabilidad del mundo moderno. Los que creen, miran hacia Fátima con esperanza y alegría. Los incrédulos, se esfuerzan en negar su autenticidad, temerosos de verse obligados a ceder frente a la evidencia. Los indiferentes, se encogen de hombros sin analizar los hechos, pues la veracidad del Mensaje de Fátima los llevaría a obrar en consecuencia. Pero todos tienen bien presente que las profecías de la Santísima Virgen se han cumplido. Sólo Ella sabe cuál es el momento oportuno para tocar el fondo del alma del hombre contemporáneo, con maternales palabras de paz y consolación, realizando así lo que profetizó a los tres pastorcitos en 1917: “Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará”.
Los Papas y las apariciones de Fátima
Desde las primeras noticias sobre las apariciones de Fátima, los Papas mostraron su simpatía y apoyo.
Pío XI, entre otras manifestaciones públicas de simpatía, concedió el 1 de octubre de 1930 una indulgencia especial a los peregrinos de Fátima.
Pío XII, que hizo una decena de pronunciamientos sobre Fátima, declaró el 8 de mayo de 1950: “ya pasó el tiempo en que se podía dudar de Fátima”. Anteriormente, el 31 de octubre de 1942, consagró a la humanidad al Inmaculado Corazón de María.En 1946, por medio de su legado, el Cardenal Masella consagró el mundo a Nuestra Señora de Fátima. El 11 de octubre de 1954 ordenó renovar permanentemente la consagración del mundo a su Corazón Inmaculado.
Juan XXIII, aún siendo Cardenal, visitó como peregrino el lugar de las apariciones y más tarde, legó en testamento su cruz pectoral al Santuario de Fátima.Cuando el siervo de Dios Juan Pablo II decidió hacer público el texto de la tercera parte del “secreto de Fátima”, el año 2000, a través de un documento oficial de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, recordó que el 17 de agosto de 1959, el Comisario del Santo Oficio, Padre Pierre Paul Philippe, O.P., llevó el sobre que contenía la tercera parte del “secreto de Fátima” a Juan XXIII. Su Santidad decidió devolver el sobre lacrado al Santo Oficio y no revelar en ese entonces la tercera parte del “secreto”.
Pablo VI, fue el primer Romano Pontífice que visitó el Santuario de Fátima, para conmemorar el cincuentenario de las apariciones, el 13 de mayo de 1967. Anteriormente, al clausurar la III Sesión del Concilio Vaticano II, anunció su intención de enviar una Rosa de Oro al Santuario de Fátima, lo que efectivamente hizo.
Juan Pablo II, visitó personalmente el lugar de las apariciones en tres ocasiones: el 13 de mayo de 1982, el 13 de mayo de 1991 y el 13 de mayo de 2000. En 1984, en Roma, ante la Imagen de Nuestra Señora de Fátima, consagró la humanidad al Corazón Inmaculado de la Virgen, en unión con todos los obispos católicos del mundo. Hizo también importantes declaraciones sobre la devoción a Nuestra Señora de Fátima y la importancia del rezo del Santo Rosario en su Carta Apostólica “Rosarium Virginis Mariae”.
Benedicto XVI comentó las apariciones de la Virgen de Fátima diciendo: “Un camino para mantenerse unidos a Cristo, como sarmientos a la vid, es recurrir a la intercesión de María, a quien ayer, 13 de mayo, veneramos de manera particular recordando las apariciones de Fátima, donde, en 1917, se manifestó en varias ocasiones a tres niños, los pastorcillos Francisco, Jacinta y Lucía. El mensaje que les confió, en continuidad con el de Lourdes, era un intenso llamamiento a la oración y a la conversión; mensaje verdaderamente profético, sobre todo si se considera que el siglo XX fue flagelado por inauditas destrucciones, causadas por guerras y por regímenes totalitarios, así como por amplias persecuciones contra la Iglesia.Además, el 13 de mayo de 1981, hace 25 años, el siervo de Dios, Juan Pablo II, sintió que se había salvado milagrosamente de la muerte por la intervención de una “mano maternal”, como él mismo dijo, y todo su pontificado quedó marcado por lo que la Virgen había preanunciado en Fátima. Si bien no han faltado preocupaciones y sufrimientos, si bien todavía hay motivos de aprensión ante el futuro de la humanidad, consuela lo que prometió la “Blanca Señora” a los pastorcillos: “Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará”. (Regina Coeli, 14 de mayo de 2006).
¡Qué Señora tan linda!
Fátima difunde una luz sobrenatural que arrebató a los pastorcitos en forma irresistible, e ilumina el corazón de los peregrinos que acuden a este lugar sagrado en busca de consuelo. Quien llega a Fátima por la cómoda y segura autopista que corta la Sierra del Aire, pierde contacto con una realidad que se repite invariablemente desde hace 93 años con motivo de la conmemoración de las apariciones: numerosos grupos de peregrinos atravesando a pie los caminos y calzadas que llevan a Cova da Iria, el lugar donde la Madre de Dios se apareció en 1917. De cara a las costumbres y la mentalidad consumista de nuestra época, dedicada por completo al goce fácil de la vida, el contraste es tan marcado que no hay cómo ignorarlo. ¿Qué atrae hacia Fátima a estas multitudes de rostro tostado por el sol de las largas caminatas? ¿Qué las empuja a estas sorprendentes penitencias en un tiempo de tanta aversión al sacrificio?
La fascinación de las apariciones
Un rápido recuento de algunos aspectos poco resaltados de las apariciones puede dilucidar el asunto. Al ver a la Santísima Virgen el 13 de mayo de 1917, la reacción de los tres pequeños (Lucía, Francisco y Jacinta) tuvo un punto en común pese a la diferencia de sus temperamentos: se sintieron fascinados con la visión celestial. Durante el resto del día no hablaron de otra cosa, maravillados con lo que habían visto y oído. Pero cuando el sol se puso en el horizonte, anunciando la hora de reunir el rebaño y volver a casa, retomando con ello la realidad cotidiana, cada cual reaccionó a su modo. Francisco, más pensativo, no decía nada. Lucía, algo mayor que sus primos, ya pensaba en la reacción de sus familiares y vecinos y creyó más prudente guardarlo todo en secreto. Pero Jacinta, más expansiva de carácter, no lograba contener la alegría sobrenatural que la inundaba y no cesaba de exclamar: “¡Ay, qué Señora tan linda! ¡Ay, qué Señora tan linda!”
Un secreto imposible de guardar

Mientras caminaban, Lucía trataba de convencer a Jacinta de mantener el secreto: – Estoy viendo que le vas a decir a alguien… – No, no lo diré. – Ni siquiera a tu mamá. – No voy a contar nada, prometido. Cuando llegaron a casa, sus padres no habían regresado todavía de la feria en una localidad cercana. Jacinta se quedó esperando junto al portón, y, nada más ver a su madre, corrió a abrazarla para contarle el gran acontecimiento: – ¡Oh mamá, hoy en Cova de Iría vi a Nuestra Señora! La Sra. Olimpia no le creyó, por más que la niña lo reafirmara con vehemencia e hiciera la descripción minuciosa y maravillada de lo ocurrido. Más tarde, cuando toda la familia estaba sentada para la cena junto a la chimenea, la Sra. Olimpia, cuya incredulidad ya tambaleaba ante la firme insistencia de su hija, le pidió: – Jacinta, cuenta cómo fue eso de la Virgen en Cova da Iria.
“Una Señora más brillante que el sol”
Y la inocente pastorcita intentó traducir en palabras lo que desbordaba en su corazón: “¡Era una Señora tan linda, tan bonita!… La cabeza estaba cubierta con un manto blanco, también, muy blanco, no sé, pero más blanco que la leche… y la tapaba hasta los pies… Tenía todo el borde de oro… ¡Ay qué bonito!… Tenía las manos juntas, así, y la pequeña se levantaba del banquillo, juntaba las manos a la altura del pecho para imitar la visión.“Entre los dedos tenía las cuentas. Ay, qué lindo el rosario que tenía…todo de oro, brillante como las estrellas de la noche, y un crucifijo que tenía luz, tenía luz… ¡Ay qué linda Señora! Habló mucho con Lucía pero nunca habló conmigo, ni con Francisco… Yo escuchaba todo lo que ellas decían… Mamá, es necesario rezar el rosario todos los días… La Señora le dijo eso a Lucía. Y dijo también que nos llevaría a los tres para el Cielo, a Lucía, a Francisco y a mí también… […] Cuando ella entró al Cielo, parece que las puertas se cerraron tan rápido que hasta los pies se estaban quedando afuera… ¡Era tan lindo el Cielo!… ¡Había tantas rosas ahí!”. Muchos años después, Lucía haría una descripción más mesurada de la “linda Señora” que había arrebatado tanto a Jacinta:“Una Señora vestida toda de blanco, más brillante que el sol, esparciendo una luz más clara e intensa que un vaso de cristal lleno de agua cristalina, atravesado por los rayos del sol más ardiente. Estábamos tan cerca, que quedábamos adentro de la luz que la rodeaba, o que ella esparcía”. (R.P. Juan M. de Marchi, i.m.c., “Era una Señora más brillante que el sol”, 7ª edición, p. 84.)
Inmersos en la luz divina
Desde el primer momento fulgura en Fátima una luz sobrenatural, de belleza inefable, que arrebata a los pequeños pastores. Todo cuanto la “linda Señora” les pide lo aceptan con entusiasmo y sin titubear: ofrecer sacrificios por la conversión de los pecadores, desagraviar al Inmaculado Corazón de María por las injurias sufridas, guardar el secreto que la Señora les cuenta, rezar el rosario todos los días para obtener la paz. Los niños están dispuestos a enfrentar la misma muerte con tal de cumplir la voluntad de la Virgen. En cierto momento de la aparición, los pastorcitos quedaron sumergidos o penetrados por una luz emanada de las manos virginales de María, que Lucía describe así:
“Abrió por primera vez las manos, comunicándonos una luz tan intensa, como un reflejo que se desprendía de ellas, que nos entraba por el pecho hasta lo más íntimo del alma, haciéndonos vernos a nosotros mismos en Dios, que era esa luz, más claramente que como nos vemos en el mejor de los espejos”.
Esa luz que penetró en lo íntimo de las almas de los niños, parece haber sido como un flash de la luz de Dios, que los hizo probar algo de la felicidad celestial.
“En ella nos veíamos como sumergidos en Dios”.
Esto les dio el ánimo necesario para enfrentar todas las adversidades y cumplir su vocación, ofreciendo la vida por la conversión de los pecadores. “Fue una gracia que nos marcó para siempre en la esfera de lo sobrenatural”, dijo la hermana Lucía muchos años más tarde. Los Beatos Francisco y Jacinta morirían poco después de las apariciones. La hermana Lucía ingresaría al Carmelo de Coimbra, donde terminaría ejemplarmente su existencia a los 97 años, iluminada todavía por esa luz sobrenatural. En su último libro, “Como veo el mensaje”, confiesa este deslumbramiento interior que dominó toda su vida:
“Al ver ahí una Señora tan linda que me dijo ser del Cielo, sentí una alegría tan íntima que me llenó de confianza y de amor; me parecía que ya nada me podría separar de esta Señora…”.
Luz que disipa las tinieblas de la incredulidad
Las gracias extraordinarias concedidas por la Santísima Virgen a los pastorcitos, capaces de obrar en ellos una transformación tan profunda que los elevaría a las altas cumbres de la santidad, puede decirse que fueron una primera realización del triunfo del Inmaculado Corazón de María. Sin embargo, la Virgen anunció este triunfo para el mundo entero: “Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará. […] Y será concedido al mundo algún tiempo de paz”. La intensa luz sobrenatural que envolvió en un primer momento a los pastorcitos vendrá para iluminar toda la tierra, arrebatando con su belleza a las almas y originando así una nueva primavera de la fe.
Fue lo que muy oportunamente resaltó en otras palabras Mons. Antonio Marto, obispo de Leiría-Fátima, en la conmemoración del centenario del nacimiento de la hermana Lucía: “He aquí, pues, la gran misión confiada a la Iglesia: hacer resplandecer la belleza del rostro de Dios en Cristo, manso y humilde de corazón, en un mundo que tiene tanta dificultad para comprenderlo, y despertar la dimensión mística de la fe para darle calor y alegría”.
Promesa de auxilio materno
Tal vez sin percatarse de ello, muchos de los que van a Fátima como peregrinos, en espíritu de penitencia, acuden en pos de esta luz sobrenatural para que los reconforte en la adversidad, fortalezca su fe, les comunique esa alegría contagiosa que hacía exclamar de gozo a la pequeña Jacinta: “¡Ay, qué Señora tan linda!” Y si tantos regresan a este lugar sagrado, es porque algún fulgor de esa luz divina penetró sus almas y prometió asistirlos a lo largo de la vida, tal como hizo la Santísima Virgen con la hermana Lucía, cuando le dijo que se quedaría algún tiempo más en esta tierra: “No te desanimes. Yo nunca te dejaré. Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá hasta Dios”. Benedicto XVI, comentó las apariciones de la Virgen de Fátima diciendo: “Un camino para mantenerse unidos a Cristo, como sarmientos a la vid, es recurrir a la intercesión de María, a quien ayer, 13 de mayo, veneramos de manera particular recordando las apariciones de Fátima, donde, en 1917, se manifestó en varias ocasiones a tres niños, los pastorcillos Francisco, Jacinta y Lucía.

El mensaje que les confió, en continuidad con el de Lourdes, era un intenso llamamiento a la oración y a la conversión; mensaje verdaderamente profético, sobre todo si se considera que el siglo XX fue flagelado por inauditas destrucciones, causadas por guerras y por regímenes totalitarios, así como por amplias persecuciones contra la Iglesia.Además, el 13 de mayo de 1981, hace 25 años, el siervo de Dios, Juan Pablo II, sintió que se había salvado milagrosamente de la muerte por la intervención de una “mano maternal”, como él mismo dijo, y todo su pontificado quedó marcado por lo que la Virgen había preanunciado en Fátima. Si bien no han faltado preocupaciones y sufrimientos, si bien todavía hay motivos de aprensión ante el futuro de la humanidad, consuela lo que prometió la “Blanca Señora” a los pastorcillos: “Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará”. (Regina Coeli, 14 de mayo de 2006).
Las apariciones del Ángel de Portugal
Como suele suceder, las grandes misiones van precedidas por grandes preparaciones. Fue lo que sucedió en Fátima. Las apariciones de la Virgen fueron precedidas por tres visiones que Lucía, Francisco y Jacinta tuvieron del Ángel de Portugal. Mediante los coloquios con el celestial mensajero, la Providencia preparaba a los niños para el momento en que la Virgen les hablaría.
Primera aparición del Ángel
Un día de la primavera de 1916, mientras Lucía, Jacinta y Francisco se guarecían de una llovizna en un lugar llamado Loca do Cabeço, el Ángel se les apareció claramente por primera vez.Después de rezar, los niños estaban jugando cuando un viento fuerte sacudió los árboles. Vieron entonces, caminando sobre el olivar rumbo a ellos, a un joven resplandeciente y de gran belleza, aparentando tener 15 años, de una consistencia y un brillo como el de un cristal atravesado por los rayos del sol. Así cuenta la Hermana Lucía lo que sucedió:“Al llegar junto a nosotros, dijo:— ¡No temáis! Soy el Ángel de la Paz. Orad conmigo.Y, arrodillándose, curvó su frente hasta el suelo, y nos hizo repetir tres veces estas palabras: ¡Dios Mío! Yocreo, adoro, espero y os amo. Os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman.Después se levantó y dijo:— Orad así.
Los Corazones de Jesús y María están atentos a la voz de vuestras súplicas.Y desapareció.La atmósfera sobrenatural que nos envolvió —continúa la Hermana Lucía— era tan intensa, que por un gran espacio de tiempo casi no nos dábamos cuenta de nuestra propia existencia, permaneciendo en la posición en que nos había dejado y repitiendo siempre la misma oración. La presencia de Dios se sentía tan intensa e íntima, que ni nos atrevíamos a hablar entre nosotros. Al día siguiente sentíamos nuestro espíritu aún envuelto por esa atmósfera, la cual sólo muy lentamente fue desapareciendo”.
Segunda aparición del Ángel
Durante el verano de 1916, mientras los tres pastorcitos jugaban en el terreno de la casa de los padres de Lucía, junto a un pozo allí existente, se les aparece el Ángel nuevamente, que les dice, según la narración de la Hermana Lucía:“— ¿Qué hacéis? ¡Rezad! ¡Rezad mucho! Los Corazones de Jesús y María tienen sobre vosotros designios de misericordia. Ofreced constantemente al Altísimo oraciones y sacrificios.—¿Cómo debemos sacrificarnos? —pregunté.— De todo lo que podáis, ofreced a Dios un sacrificio de reparación por los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores. Atraed así la paz sobre vuestra patria. Soy su Ángel de la guarda, el Ángel de Portugal. Sobre todo, aceptad y soportad con sumisión el sufrimiento que Nuestro Señor os envíe”.
Tercera aparición del Ángel
Al final del verano o principios del otoño del mismo año, nuevamente en la Loca do Cabeço, ocurrió la última aparición del Ángel, descrita por la Hermana Lucía en los siguientes términos:“Después de haber merendado, decidimos ir a rezar en la gruta ubicada al otro lado del monte. [...] Tan pronto llegamos allí, de rodillas, con el rostro en tierra, comenzamos a repetir la oración del Ángel: ¡Dios mío! Yo creo, adoro, espero y os amo... No sé cuantas veces habíamos repetido esta oración, cuando vemos que sobre nosotros brilla una luz desconocida. Nos levantamos para ver lo que sucedía, y vemos al Ángel con un cáliz en su mano izquierda, sobre el que estaba suspendida una Hostia, de la cual caían algunas gotas de Sangre dentro del cáliz. Dejando el cáliz y la hostia suspendidos en el aire, el Ángel se postró en tierra y repitió tres veces la siguiente oración:— Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, os ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Santísimo Corazón y del Corazón Inmaculado de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.Después, levantándose, tomó de nuevo el cáliz y la hostia; me dio la hostia a mí, y lo que contenía el cáliz lo dio a beber a Francisco y Jacinta, diciendo:— Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios.De nuevo se postró en tierra y repitió con nosotros otras tres veces la misma oración: ‘Santísima Trinidad..., etc.’, y desapareció.Permanecimos en la misma actitud, repitiendo siempre las mismas palabras; cuando nos levantamos, vimos que era de noche y, por eso, la hora de irnos a casa”.Las palabras del Ángel produjeron una impresión profunda en los tres niños, que a partir de entonces comenzaron a expiar por los pecadores, por medio de sacrificios y de una asidua vida de oración.
Apariciones y mensaje de la Virgen
Situada en la diócesis de Leiría, perdida en uno de los contrafuertes de la Sierra de Aire, a 100 kms. al norte de Lisboa y casi en el centro geográfico de Portugal, se encuentra la pintoresca aldea denominada Fátima, escenario escogido por la Madre de Dios para transmitir al mundo aquellas palabras venidas del Cielo, cargadas de advertencias, de misericordia y de esperanza.Transcurría la primavera de 1917, en aquella luminosa mañana del domingo del 13 de mayo.Después de asistir a Misa en la iglesia de Aljustrel, caserío de la parroquia de Fátima donde residían los 3 pastorcillos: Lucía de Jesús dos Santos, la mayor con 10 años; Francisco y Jacinta Marto, con 9 y 7 años, respectivamente, salieron en dirección a la sierra llevando su pequeño rebaño de ovejas castañas y blancas.El tiempo había pasado sereno y entretenido. Los pastorcitos ya habían comido su merienda, compuesta por pan de centeno, queso y aceitunas; habían rezado el Rosario, junto a un pequeño olivo que el padre de Lucía había plantado por allí. Cerca del mediodía, subieron a una parte más elevada de la propiedad y comenzaron a jugar…
Fátima en el Corazón de Juan Pablo II
El mensaje de Fátima encontró siempre un eco filial en la persona de este inolvidable Papa. De tal manera que, un año después del atentado que lo hirió gravemente en la plaza de San Pedro — el 13 de mayo de 1981, fecha misteriosamente coincidente con la de la primera aparición de la Virgen —, quiso él dirigirse a Fátima en memorable peregrinación, para agradecer a la Santísima Virgen su maternal y casi milagrosa protección. Como señal de reconocimiento hizo incrustar en la corona que ciñe la frente de la imagen allí venerada, el proyectil que sacrílegamente lo alcanzara. Juan Pablo II fue a Fátima no sólo para manifestar su gratitud, fue también como jefe espiritual de la Cristiandad, a fin de llamar la atención de la humanidad desorientada del final de milenio, para la importancia fundamental del mensaje dirigido por la Madre de Dios a los tres pastorcitos portugueses.
Y aún, para rogar a la Santísima Virgen que apresurase el día del triunfo de su Inmaculado Corazón, profetizado por Ella en 1917, en Cova da Iría. Mariae Mater Eclesiae, ergo Mater Papae... Si María es Madre de la Iglesia, en consecuencia es Madre del Santo Padre. María escucha a todos los hombres, pero una palabra proferida desde la cátedra de Pedro le da una especial alegría. Recordemos las palabras que pronunció el siervo de Dios Juan Pablo II en la plaza de la Basílica de Fátima, el 13 de mayo de 1982: “Desde el tiempo en que Jesús, muriendo en la cruz, dijo a Juan: ‘he ahí a tu Madre’ desde el momento en que el discípulo ‘la recibió en su casa’, el misterio de la maternidad espiritual de María, ha tenido su cumplimiento en la historia con una amplitud sin límites. Maternidad quiere decir solicitud por la vida del hijo. Ahora bien, si María es Madre de todos los hombres, su atención por la vida del hombre es de un alcance universal. El cuidado de una madre alcanza al hombre entero. La maternidad de María comienza con el cuidado maternal de Cristo. En Cristo, a los pies de la cruz, Ella aceptó a Juan y, en él, aceptó a todos los hombres y al hombre en su totalidad. María abrazó a todos, con una solicitud particular en el Espíritu Santo. En efecto, es Él, como profesamos en nuestro credo, el que ‘da la vida’. Es El que da la plenitud de la vida abierta hacia la eternidad. La maternidad espiritual de María es pues participación en el poder del Espíritu Santo, es el poder de Aquel que ‘da la vida’. Y es al mismo tiempo el servicio humilde de Aquella que dice de si misma: ‘He aquí la sierva del Señor’ (Lc. 1, 38).
A la luz del misterio de la maternidad espiritual de María, tratemos de comprender el mensaje extraordinario, que empezó a resonar en todo el mundo desde Fátima, el día 13 de mayo de 1917 y se prolongó durante cinco meses hasta el día 13 de octubre del mismo año. La Iglesia ha enseñado desde siempre y sigue proclamando que la revelación de Dios ha sido llevada a cumplimiento en Jesucristo, el cual es su plenitud y que ‘no hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo nuestro Señor’ (Dei Verbum, 4). La misma Iglesia valora y juzga las revelaciones privadas según el criterio de su conformidad con la única revelación pública. Así, si la Iglesia ha acogido el mensaje de Fátima es sobre todo porque este mensaje contiene una verdad y un llamado, que en su contenido fundamental son la verdad y el llamado del Evangelio mismo.‘Arrepentíos, haced penitencia y creed en el Evangelio’ (Mc. 1, 15): son éstas las primeras palabras del Mesías dirigidas a la humanidad. El mensaje de Fátima es, en su núcleo fundamental, un llamado a la conversión y a la penitencia, como en el Evangelio. Este llamado ha sido hecho al comienzo del siglo XX, y por tanto dirigido particularmente a este siglo.
La Señora del mensaje parecía leer con una perspicacia especial los ‘signos de los tiempos’, los signos de nuestro tiempo. El llamado a la penitencia es un llamado maternal: y, a la vez, es enérgico y hecho con decisión. La caridad que ‘se complace en la verdad’ (1 Cor. 13, 6), sabe ser clara y firme. El llamamiento a la penitencia se une, como siempre, con el llamado a la plegaria. De acuerdo con una tradición plurisecular, la Señora del mensaje de Fátima indica el rosario, que justamente puede definirse ‘la oración de María’, y la plegaria en la que Ella se siente unida particularmente a nosotros. Ella misma reza por nosotros. En esta oración se incluyen los problemas de la Iglesia, los de la sede de Pedro y los del mundo entero. Además se recuerda a los pecadores, a fin de que se conviertan y se salven, y a las almas del Purgatorio. Las palabras del mensaje han sido dirigidas a niños cuya edad oscilaba entre los 7 y l0 años.
Los niños, como Bernardita de Lourdes, son personas particularmente privilegiadas en estas apariciones de la Madre de Dios. De aquí deriva el hecho de que su lenguaje sea sencillo, acomodado a su capacidad de comprensión infantil. Los niños de Fátima se convirtieron en los interlocutores de la Señora del mensaje, y además en sus colaboradores. Cuando Jesús dijo en la Cruz: ‘Mujer, he ahí a tu hijo’ (Jn. 19, 26), de un modo nuevo abrió el corazón de su Madre, el corazón inmaculado, y le reveló la nueva dimensión y el nuevo alcance del amor, al que era llamada en el Espíritu Santo, en virtud del sacrificio de la cruz. Nos parece encontrar precisamente en las palabras del mensaje de Fátima esta dimensión del amor materno, que en su radio abarca todos los caminos del hombre hacia Dios: el que conduce a través de la tierra y el que va, a través del Purgatorio, más allá de la tierra. La solicitud de la Madre del Salvador se identifica con la solicitud por la obra de la Salvación: la obra de su Hijo. Es la solicitud por la salvación, por la salvación eterna de todos los hombres.
Al cumplirse ya 65 años desde aquel 13 de mayo de 1917, es difícil no percibir como este amor salvador de la Madre abrace en su radio, de modo particular, a nuestro siglo. A la luz del amor materno comprendemos todo el mensaje de Nuestra Señora de Fátima. Lo que se opone más directamente al camino del hombre hacia Dios es el pecado, el perseverar en el pecado y, finalmente, la negación de Dios. La programada cancelación de Dios del mundo, del pensamiento humano. La separación de Él de toda la actividad terrena del hombre. El rechazo de Dios por parte del hombre. En realidad, la salvación eterna del hombre será únicamente en Dios.
El rechazo de Dios por parte del hombre, si llega a ser definitivo, guía lógicamente al rechazo del hombre por parte de Dios (Mt. 7, 23; 10, 33), a la condenación. ¿La Madre que —con toda la fuerza de su amor que nutre en el Espíritu Santo— desea la salvación de todos los hombres, puede callar sobre todo lo que destruye las bases mismas de esta salvación? ¡No, no lo puede hacer! Por esto el mensaje de Nuestra Señora de Fátima, tan maternal, es a la vez tan vigoroso y decidido. Parece severo. Es como si aún hablase Juan el Bautista en las orillas del río Jordán. Exhorta a la penitencia. Advierte. Llama a la oración. Recomienda el rezo del rosario. Este mensaje se dirige a todos los hombres. El amor de la Madre del Salvador llega donde quiera que llega la obra de la salvación. Objeto de sus cuidados son todos los hombres de nuestra época, y, a la vez, las sociedades, las naciones y los pueblos. Las sociedades amenazadas por la apostasía y la degradación moral. El hundimiento de la moralidad lleva consigo la caída de las sociedades”. (De la homilía pronunciada por el siervo de Dios Juan Pablo II durante la misa celebrada en la explanada del Santuario de Fátima, el 13 de mayo de 1982. L’OSSERVATORE ROMANO, Edición Semanal en Lengua Española, Año XIV n. 21(699), 23 de mayo de 1982).
Consagración del mundo al Inmaculado Corazón de María
La Consagración del Mundo al Inmaculado Corazón de María, tuvo lugar en la plaza de S. Pedro, en el Vaticano, el 25 de marzo de 1984.Para ese momento, el Papa Juan Pablo II pidió la presencia de la Imagen de Nuestra Señora de Fátima, venerada en la Capilla de las Apariciones.Delante de la imagen, el Papa repitió el acto de entrega que había hecho en Fátima el 13 de Mayo de 1982. En las últimas palabras del Acto de Entrega, Juan Pablo II rogó a Nuestra Señora:
“¡Acoge, Madre de Cristo, este clamor cargado de sufrimiento de todos los hombres! ¡Cargado del sufrimiento de sociedades enteras! Ayúdanos, con la fuerza del Espíritu Santo, a vencer todos los pecados: el pecado del hombre y el “pecado del mundo”, en fin, el pecado en todas sus manifestaciones. Que se revele, una vez más, en la historia del mundo, la infinita potencia salvífica de la Redención: ¡la fuerza infinita del Amor Misericordioso! ¡Que él detenga el mal! ¡Que él transforme la conciencia! ¡Que se manifieste para todos, en Vuestro Corazón Inmaculado, la luz de la Esperanza!”
Bibliografía consultada:
1.- P. Juan M. de Marchi, i.m.c., “Era una Señora más brillante que el sol”, 7ª edición, p. 84.
2.- Memorias y Cartas de la Hermana. Lucía, Fátima, 3ª edición, 1978.
3.- P. Joaquín María Alonso, Introducción y notas, in Memorias de Lucía, Ediciones “Sol de Fátima”, Madrid, 1974.
4.- Antero de Figueiredo, “Fátima, Gracias, secretos, misterios, Lisboa, 1942.
5.- Congregación para la Doctrina de la Fe. El mensaje de Fátima. Mons. Tarcisio Bertone, SDB. Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, 19 de abril de 2000.