El mundo contemporáneo está inmerso en la contradicción. En esta Navidad contemplamos, por un lado, a la Sagrada Familia refulgente de santidad; por otro lado, vemos un océano de ignominias, de crímenes y de abyecciones.
Plinio Corrêa de Oliveira
Señor Jesús, ¡con cuántas contradicciones quisisteis coronar la noche mil veces gloriosa de vuestro Santo Nacimiento!
“Corona”, sí, este es el vocablo que mejor conviene a ese conjunto de circunstancias con las cuales quisisteis cercar la hora tan rica en símbolos de gloria y de dolor en la cual, naciendo del seno de la Virgen Madre, iniciasteis el recorrido esplendoroso que, conduciéndoos de la gruta de Belén hasta lo alto del Tabor, y de este último al Calvario, ¡habría de tener su término final en el momento glorioso y terrible en que destruiréis al Anticristo, encerraréis por un terrible decreto de exterminio la Historia de la Humanidad, y bajaréis a la Tierra para iniciar el juicio de todos los hombres!
Contemplando esas escenas de dolor y de victoria, de glorificación suprema como de condenación inexorable y extrema, situamos la Fiesta de vuestra Santa Navidad en su plena perspectiva histórica. Sí, una perspectiva en la cual Dios y el demonio, el Cielo y el Infierno, en un contraste implacable, en una lucha suprema, habrían de descargar sus golpes hasta el momento en que, cesada la Historia, solo restarían en confrontación los buenos y los malos, los unos partidarios de la Justicia eterna hacia la felicidad entera, perfecta, gloriosa y sin fin, y los otros hacia el abismo perpetuo e insondable de dolores, de oprobios y de vergüenza, donde todo no es sino derrota, fracaso, gemido y rebeldía perfectamente inútil.
En la Noche de Paz los ángeles cantaron “Gloria a Dios en lo más alto de los Cielos, y en la Tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lc 2, 14). Sí, a los hombres de buena voluntad. Sin embargo, ya habían bajo la bóveda celeste, constelada de estrellas, hombres de mala voluntad. Ciertamente no era para ellos – los malditos, los precitos – el pregón de la paz, sino el de la inexorable y total desgracia.
Vos quisisteis que rodeasen vuestro Pesebre no solo las glorias de aturdir, que os tocan en la infinitud de vuestra Santidad, sino también las dulzuras insondables del perfecto Corazón de Madre que os adoró desde el primer instante de vuestra concepción.
Es en el ápice de todas esas perfecciones que nuestros ojos os contemplan hoy, en la noche de Navidad. De tantas contradicciones al mismo tiempo magníficas y supremas, deslumbrantes y terribles, deriva una enseñanza que, suplicantes, os pedimos que marquéis en nuestros corazones.
También el mundo contemporáneo está inmerso en la contradicción entre la verdad y el error, entre el bien y el mal, entre la belleza y la hediondez. Por un lado, os contemplamos, Señor Jesús, y a vuestra Santa Madre, junto a quien refulge la santidad de José; y por otro, vemos el océano de las ignominias, de los crímenes, de las abyecciones en las cuales se va precipitando el mundo “totus in maligno positus est” (1 Job 5, 19).
Hacia donde quiera que nos volvamos, algo vemos u oímos que os ofende, ultraja y conspira contra Vos. No hay nada que no se vuelva para escarneceros, golpearos, haceros sangrar y arrastraros hasta la Cruz. En torno de Vos todo es contradicción, en el sentido de que casi no hay sino mal, y este es esencialmente contradictorio.
Señora de los Dolores, haced que comprendamos esta hora de contradicción, manteniéndonos genuflexos a los pies de la Cruz, pero al mismo tiempo erectos e intrépidos como guerreros, como ángeles en pleno campo de batalla. ¡Combatientes implacables, con el corazón abrasado de amor a Vos y a vuestro Divino Hijo, para destruir el mal, destrozar las contradicciones, y elevaros al fastigio de la gloria de vuestro Reino, oh María!
(Editorial de la Revista Dr. Plinio, No. 261, diciembre de 2019, p. 4, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de una conferencia del 23/12/1993).
Last Updated on Saturday, 11 January 2020 17:54