Al meditar sobre la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, el Dr. Plinio se complacía en tejer paralelos entre la gloriosa victoria del Redentor y la de la Santa Iglesia sobre las grandes pruebas por las cuales esta ha pasado a lo largo de la Historia.
Victoria gloriosa
En efecto, la Resurrección de Jesús, decía el Dr. Plinio, “representa su triunfo eterno y definitivo, el desbaratamiento completo de sus adversarios y el máximo argumento de nuestra fe. San Pablo dijo que si Cristo no hubiese resucitado, vana sería nuestra fe. Todo el edificio de nuestras creencias se funda en el hecho sobrenatural de la Resurrección. [Ahora bien], todo lo que se refiere a Nuestro Señor tiene su aplicación analógica a la Santa Iglesia Católica. En la Historia de la Iglesia vemos frecuentemente que, cuando ella parecía irremediablemente perdida y todos los síntomas de una catástrofe próxima daban la impresión de minar su organismo, siempre sobrevinieron hechos que la han sostenido contra toda las expectativas de sus adversarios.”
“Estos son los medios maravillosos de los cuales la Providencia echa mano para demostrar que Ella tiene el gobierno supremo de todas las cosas. Y aun cuando la Iglesia parezca enteramente abandonada, y aun cuando el concurso de los medios de victoria más indispensables en el orden natural parezcan faltarle, estemos seguros de que la Santa Iglesia no morirá. Como Nuestro Señor, ella se levantará por sus propias fuerzas que son divinas. Y cuanto más inexplicable fuere, humanamente hablando, la aparente resurrección de la Iglesia – aparente, acentuamos, porque la muerte de la Iglesia nunca será real, al contrario de la de Nuestro Señor – tanto más gloriosa será la victoria. No confiemos en esta o en aquella potencia, en este o en aquel hombre, en esta o en aquella corriente ideológica, para operar la reintegración de todas las cosas en el Reino de Cristo, sino en la Providencia Divina que obligará nuevamente a que los mares se abran de par en par, moverá montañas y hará estremecer la tierra entera, si eso fuere necesario para el cumplimiento de la promesa divina: las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.”
“Esta certeza tranquila en el poder de la Iglesia, tranquila de una tranquilidad toda hecha de espíritu sobrenatural, y no de cualquier indiferencia o indolencia, podemos aprenderla a los pies de Nuestra Señora. Sólo Ella conservó íntegra la fe, cuando todas las circunstancias parecían haber demostrado el fracaso total de su Divino Hijo. Descendido de la cruz el cuerpo de Cristo, vertida por la mano de los verdugos no sólo la última gota de sangre, sino también de agua, verificada la muerte no sólo por el testimonio de los legionarios romanos, sino también por el de los propios fieles que procedieron a la sepultura, colocada en el túmulo la inmensa piedra que le debía servir de cerrojo infranqueable, todo parecía perdido. Pero María Santísima creyó y confió. Su fe se conservó tan segura, tan serena, tan normal en esos días de desolación, como en cualquier otra ocasión de su vida. Ella sabía que Él habría de resucitar. Ninguna duda, ni siquiera la más leve, maculó su espíritu.”
“A los pies de Ella, por lo tanto, debemos implorar y obtener esa constancia en la fe y en el espíritu de fe, que debe ser la ambición suprema de nuestra vida espiritual. Medianera de todas las gracias, ejemplo de todas las virtudes, Nuestra Señora no nos negará ningún don que le pidamos en ese sentido.” (Extraído del Legionário, del 25.4.1943)
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(Editorial de la Revista Dr. Plinio, No. 97, abril de 2006, p. 4, Editora Retornarei Ltda., São Paulo)
Last Updated on Monday, 02 April 2018 16:05