Cuando el “romanticismo católico” habla de la cuestión social, creyendo en la espontaneidad del movimiento socialista y comunista, le niega el aspecto conspiratorio. Como perturbador obstinado de la paz social, ese romanticismo debe ser combatido y reprimido del mismo modo que es lícito repeler el injusto agresor.
Plinio Corrêa de Oliveira
El efecto producido por la Revolución sobre la vida social francesa fue idéntico al causado por la pseudo-reforma protestante en Alemania e Inglaterra. Tanto en uno como en otro caso, lo más importante que hubo en esos terribles acontecimientos no fue el agravamiento de la miseria, sino el golpe tremendo asestado a la unidad religiosa.
En ambos, los males temporales acarreados fueron consecuencia de la lucha desencadenada contra la Iglesia y del foso profundo cavado entre la sociedad religiosa y la sociedad civil. Había quedado rasgada la túnica inconsútil de Cristo. Más aún. Crucificaron de nuevo al Redentor del mundo, lo que sucede todas las veces en que la Santa Iglesia es perseguida. Y dice el Evangelista que en el momento en que Nuestro Señor fue crucificado, las tinieblas cayeron sobre la Tierra.
La Revolución Francesa desterró la obra social de la Iglesia
No es de extrañar, por lo tanto, que con el flagelo de la pseudo-reforma, en los países que lo sufrieron, haya surgido o se haya agravado el problema del pauperismo.
Lo mismo se dio en Francia después de 1789. La Revolución desterró la obra social de la Iglesia, además de atentar contra el propio culto y la persona de sus ministros.
Napoleón pidió de nuevo el auxilio de las Congregaciones religiosas para la asistencia domiciliar, de los hospitales, de los asilos, etc. Pero, como todo reyezuelo totalitario, su intención era hacer de ese servicio de la Iglesia en el campo social una simple pieza de su máquina administrativa. Tenemos así, en el solitario de la Isla de Santa Helena, uno de los precursores del monopolio asistencial del Estado.
De modo que aquello que el clero católico estaba impedido de hacer sin comprometer la libertad de la Iglesia, los laicos poco a poco fueron intentando realizar.
Surge, así, en tierras de San Luis IX, un bello y promisorio movimiento de acción social, concretizado en varias obras de apostolado laico y en la lucha por las reivindicaciones católicas dentro del sector político.
Tal movimiento sería, sin embargo, grandemente apartado de sus verdaderos objetivos, y disminuida de modo ponderable la eficacia de sus medios de acción, por la entrada en boga del ideal romántico de los discípulos de Chateaubriand1.
Nuevo método de estrategia apostólica radicado en una falsa premisa
He aquí cómo se formulaba el método apologético de esa escuela romántica: el Cristianismo hizo otrora prodigios de caridad, pero ahora parece muerto. Probemos que está vivo, mostrando sus buenas obras.
Comparemos ese método apologético con el que se encuentra desarrollado en las páginas de El genio del Cristianismo, de autoría de Chateaubriand: los frutos de la Religión Católica son buenos, por eso el Catolicismo es bueno. En vez de: la Religión Católica es buena, pues la Iglesia es de institución divina y por eso sus frutos son buenos.
No cesa, sin embargo, ahí la influencia de Chateaubriand, con su romanticismo católico, en el método de apostolado de sus discípulos.
Estos formulaban uno de los aspectos de su obra social por medio de la siguiente frase: “Pasemos a los bárbaros”. Los “bárbaros” eran los incrédulos, anarquistas, socialistas y toda la cohorte de revolucionarios y dinamiteros del siglo diecinueve.
Ahora bien, al tratar del problema de la asimilación de los bárbaros por el Cristianismo, Mons. Begnini2, en su Storia Sociale della Chiesa3, se refiere a ese “romanticismo católico” que de Chateaubriand habría pasado a cierta corriente de pensamiento católico.
Los orígenes de ese método de estrategia apostólica pueden, por lo tanto, ser encontrados en la escuela histórica que esa corriente católica seguía, sobre todo en Francia. Tal escuela ofrecía una antítesis impresionante entre la corrupción romana y la sangre virgen de los bárbaros, aquellos completamente decadentes y seniles, estos ingenuos y buenos en el fondo de su ser agreste y rudo.
El “romanticismo católico” al cual se refiere Mons. Begnini prestaría así a los bárbaros cierto candor y receptividad, que de cierto modo los colocaba en el estado de inocencia de las creencias, lo cual no deja de ser por lo menos una gran exageración. Ahora bien, ateniéndose bien a lo que es un bárbaro, veremos que “la barbarie no puede ser hija ni madre de la civilización”.
Esa verdad salta más aún a los ojos cuando consideramos la extrapolación de ese punto de vista a la cuestión social de nuestra época. Porque los nuevos bárbaros no son hijos de naciones paganas, sino de naciones que repudiaron a Nuestro Señor Jesucristo y a su Iglesia, esto es, los nuevos bárbaros no son hijos del paganismo, sino de la apostasía.
Los insufladores de la cuestión social
Todavía hoy perdura esta tendencia de exentar a la masa de toda la culpa en sus desórdenes, para apenas responsabilizar a sus dirigentes. Sin embargo, veamos los hechos como realmente se presentan.
En el episodio de la elección de Barrabás en lugar de Nuestro Señor, es bien verdad que la mayor responsabilidad por esa iniquidad cupo a los fariseos, herodianos y saduceos que insuflaron al pueblo contra el Redentor del mundo. Pero, ¿será correcto afirmar que ese mismo pueblo estaba exento de culpa en la elección que hizo? ¿Será que cada uno de esos judíos no tenía libre arbitrio, o que a ellos les faltó la gracia que Dios no niega a nadie para practicar el bien y repudiar el mal? La cuestión es la graduación en la división de las responsabilidades, no de la canonización de una clase y de condenación de otra.
En el caso de ese “romanticismo católico”, los bárbaros serían los rebeldes por las injusticias sociales, y los romanos decadentes la burguesía capitalista. Ahora bien, esto sería verdad si pudiésemos hacer abstracción de los insufladores de la cuestión social, de aquellos que artificialmente crean la miseria social como un medio propicio al advenimiento de la Revolución que conducirá el mundo al totalitarismo socialista. Los desheredados de la fortuna, los parias de toda especie nunca retendrán en sus manos los frutos de esa revolución social, si por acaso los hay. Serán siempre víctimas de los agentes provocadores de ese caos social, sean ellos los capitalistas liberales que conscientemente hacen de la mano de obra una mercadería y del dinero un mero instrumento de usura; sean ellos los revolucionarios del naipe de un Louis Blanc4 o de un Lenin5, meros instrumentos de las fuerzas ocultas que en este mundo realizan el misterio de iniquidad al que hacía alusión el Apóstol San Pablo.
Asfixiar a la Iglesia debajo de flores…
Considerados como hombres llamados por Dios a participar de su felicidad eterna, los enemigos de la sociedad o de la patria merecen nuestro amor sobrenatural. Somos todos hermanos en Nuestro Señor Jesucristo, rescatados por su preciosísima Sangre. Pero entre los deberes de la caridad está el de la corrección fraterna. Como perturbadores obstinados de la paz social, deben ser combatidos y reprimidos incluso por la fuerza, del mismo modo que es lícito repeler al agresor injusto.
Aunque sea indispensable el apostolado de conquista de las masas por la práctica de los preceptos de la caridad cristiana, se hace necesario que hagamos una cosa sin omitir la otra, esto es, que por caridad cristiana no entendamos la exclusión, en la acción social, de una aguerrida combatividad contra los enemigos de Dios y de esas mismas clases humildes y expoliadas, aunque la demagogia procure confundir los dos elementos, para ponerse a salvo de ataques, debilitándose la posición de sus adversarios.
Se diría que, en su compasión extrema, esa corriente romántica del siglo diecinueve admitía con dificultad la mala fe con que actuaban los enemigos de la Iglesia. Quería vencerlos por medio de la mansedumbre. Ya en aquella época, sin embargo, los sectarios adoptaban la táctica de derrotar a los católicos por medio de la hipocresía.
En la campaña liberal de Italia, vemos a la sedición ponerse de rodillas delante del Soberano Pontífice y pedirle, a gritos, que la bendijese. Se gritaba: “¡Viva Pío IX!” al mismo tiempo que: “¡Abajo los jesuitas!” Y susurraba Mazzini6 a sus íntimos que se debía asfixiar a la Iglesia debajo de flores…
Aún hoy continúa en acción ese mismo romanticismo en ciertos sectores católicos. Y el equívoco permanece inalterable: se hace abstracción de elemento político, que está en el núcleo de la pregonada cuestión social. Sin embargo, la verdad es que no podemos apartar de nuestro camino este tercer aspecto de la lucha: la Revolución organizada, la guerra que la ciudad del demonio mueve contra la Ciudad de Dios.
Cada vez más el hombre se deja dominar por la propaganda dirigida
¡Cómo nos parece ingenua y distante la ilusión de los románticos pensadores del siglo/ diecinueve, según los cuales el progreso de la ciencia y de la instrucción haría que el mundo se volviese cada vez más sabio y libre de los males que oprimían a la humanidad! Lo que vemos hoy, según la aguda y dolorosa observación de Johan Huizinga7, es el hecho humillante de dos grandes factores del progreso cultural de los cuales tanto se esperaba: la instrucción obligatoria y la publicidad, en vez de contribuir para la elevación del nivel cultural, servir de instrumento de degeneración y de debilitamiento del raciocinio.
Cada vez más el hombre se hace menos dependiente de sus propias facultades de pensamiento y de expresión. Todo le es sugerido, desde los más triviales objetos de uso diarios, a los ideales políticos, hasta la filosofía de vida. Las ideas le llegan listas y masticadas, las opiniones le son impuestas por el mismo proceso por el cual es convencido de que debe usar determinado jabón. Por todos lados el hombre de la calle se ve de ese modo torpedeado, bombardeado por la propaganda. Y esa artificialidad de la propaganda dirigida es sentida por todas las personas que todavía consiguen mantenerse libres de esos grilletes publicitarios.
Lo mismo no se puede decir de los modernos seguidores del “romanticismo católico”. Estos hablan de la cuestión social y del problema del comunismo como si se tratase de un fenómeno único, no desde el punto de vista de que la cuestión social es explotada por los agentes revolucionarios, sino desde el punto de vista de quien realmente cree en la “espontaneidad” del movimiento socialista y comunista, negándole el aspecto conspiratorio.
En la apariencia, no obstante, esos movimientos románticos son víctimas de la época del slogan. Parecen creer propiamente en los sucesores de Mazzini y de los carbonarios.
1) François-René, Visconde de Chateaubriand (*1768 - †1848), escritor y político francés.
2) Umberto Benigni (*1862 - †1934), monseñor italiano fundador de la Sapinière, el cual posteriormente adhirió al Fascismo.
3) Del italiano: Historia social de la Iglesia.
4) Louis Jean Joseph Blanc (*1811 - †1882), periodista y político comunista francés.
5) Vladimir Ilich Ulianov (*1870 - †1924), llamado Lenin, líder comunista ruso.
6) Giuseppe Mazzini (*1805 - †1872), político socialista italiano, uno de los líderes de la unificación de Italia, la cual se adueñó de los Estados Pontificios.
7) Historiador holandés (*1872 - †1945).
(Revista Dr. Plinio, No. 281, agosto de 2021, pp. 16-19, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de O Legionário, No. 798, del 23/11/1947).
Last Updated on Thursday, 27 January 2022 22:11